sábado, 19 de marzo de 2011

No me Gustan los Exámenes

Desde que inicié mi vida escolar ha sido así y esto no ha variado ahora que soy docente. 

Considero que una prueba o examen escrito, por más cuidadosamente elaborado que esté, únicamente va a alcanzar a "medir" (si es que realmente mide algo) de forma muy limitada unos cuantos conocimientos, generalmente memorizados pocas horas antes de la aplicación del examen. En el mejor de los casos, como bien lo señala Roger Díaz de Cossío en su ensayo titulado Calidad y Flexibilidad en la Educación: "...lo único que refleja una calificación es el grado con que el alumno me comprendió. Nada más." (Solana, 2006, pp 213)
Como profesora de asignatura debo enfrentar cada mes mi resistencia a cumplir con las "recomendaciones" de los programas de estudio que imparto: ¿examen o no examen? Esa es la cuestión que cada vez que se acerca un parcial debo decidir; frecuentemente presionada por las administraciones escolares, a quienes les agrada bastante eso de los exámenes; mientras más largos y difíciles de resolver, tanto mejor.
Y ni se diga de la presión de los alumnos: -"¿Qué va a venir en el examen?- Cada vez que escucho esa pregunta, entiendo claramente cual es la práctica a la que están acostumbrados: el profesor les da una lista de temas específicos, a veces hasta con subrayado de párrafos, conceptos o capítulos de un libro o un cuestionario, cuyas preguntas son muy claras y precisas, cuando no se les brindan también las respuestas ya elaboradas (investigadas, analizadas, redactadas y/o sintetizadas), a lo cual le sigue, un día, una noche o unas horas previas a la aplicación del examen, que el alumno se dedique, a lo que el llama ambiciosamente: "estudiar", -lo cual se reduce a un simple ejercicio de memorización de corto plazo (con tal de que dure como mínimo hasta que se acabe la prueba)-. El resultado de esto ya se sabe: alumnos con suficientes habilidades de lectoescritura y buena capacidad de memoria de corto plazo, que se adapten al estilo expresivo y de trabajo del profesor, obtendrán buenas notas. Quienes tengan estilos de aprendizaje que no se adapten al del maestro o cuyas habilidades más desarrolladas sean distintas a  las requeridas para la memorización de palabras escritas, quedarán excluidos del grupo de los "alumnos exitosos académicamente". 
Mi pregunta recurrente es: ¿Es ésta una forma de "evaluación" que sirva para algo que no sea continuar con la farsa de que las "buenas calificaciones" son sinónimo de personas preparadas, competentes y educadas?
Si alguien puede demostrarme que los exámenes escritos sirven para "medir" aprendizaje significativo, relativamente duradero (más allá de la hora del examen) y aplicable para la vida presente y futura, cotidiana y/o profesional, estoy totalmente abierta a escucharlo.
Por lo pronto, mientras encuentro quien me convenza de las bondades de las pruebas escritas, me he enfocado a diseñar (por llamarle de alguna manera, pues no me he inventado nada realmente...) y aplicar algunas actividades que, ambiciosamente he llamado "de evaluación", pero que realmente se tratan de una especie de sondeos de comprensión y retención de ideas, conceptos, métodos, técnicas y otros contenidos que manejamos en las clases. La intención no es solamente acercarme al conocimiento de qué tanto han aprendido los alumnos con las experiencias de clase (explicaciones expositivas, técnicas didácticas o grupales y elaboración de proyectos diversos), sino también que ellos lo sepan de manera vivencial (sin que yo tenga que decírselos), además de que durante la actividad, como decimos comúnmente en México: "les caiga el veinte" de aquellos puntos que no habían entendido bien o aprendan algo que no sabían antes. En pocas palabras: que me muestren lo que aprendieron, que ellos mismos sepan lo que aprendieron y lo que les falta por aprender, así como que aprendan un poco más durante la actividad de evaluación.
En las siguientes entradas explicaré algunas de las actividades de evaluación que he aplicado últimamente.
No estoy cien por ciento segura de que en todos los casos se hayan logrado los objetivos mencionados, pero si me queda claro que al menos evité la práctica artificiosa de estudiar "para" un examen y el estrés al que se somete a los alumnos en una prueba escrita. Además, me fue posible ver, de manera más directa y en algunos casos global, lo que habíamos logrado con las clases y también lo que no habíamos logrado. Y lo mejor de todo fue que muchos de ellos salieron, además de contentos, con un poco más de aprendizaje que con el que iniciaron la actividad.

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir este pensamiento. Yo siempre he pensado lo mismo. A lo largo de toda la enseñanza obligatoria y post-obligatoria se evalúa de igual manera desde hace demasiado tiempo. Y luego, ¿qué sucede?, ¿realmente nos acordamos de lo que, en su día, estudiamos para ese examen? Es más, ¿todos los conocimientos que tuvimos que estudiar nos han resultado útiles o se reñían a un libro de texto?, ¿dónde está el papel del docente si la educación se limita a seguir un libro y evaluar con exámenes esos contenidos? Entonces cualquier persona sin estudios específicos podría hacerlo simplemente leyendo ese libro. Esta es la humilde opinión de una sencilla maestra de Infantil que sueña con una educación de calidad, porque los niños de hoy serán los hombres de mañana. Saludos.

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