Los modelos educativos tradicionales han demostrado su incapacidad para resolver los problemas de hoy. Prueba de ello son los altos índices mundiales de deserción escolar, fracaso académico y vocacional, así como los de delincuencia y violencia juvenil.
Los niños y jóvenes que actualmente acuden a las escuelas han recibido desde su nacimiento (incluso antes) incontables estímulos de todo tipo. Han crecido en hogares donde comúnmente se escucha música; ahora que los aparatos de radio o reproductores son accesibles a la mayoría de la gente, no es raro que un joven haya tenido acceso a música originada en el otro lado del mundo y de todos los géneros posibles. Los hogares están llenos de conversaciones, reales o de ficción, incluso en varios idiomas; frecuentemente se tiene la televisión prendida con programación de todo tipo, con sonidos de animales, ruidos de maquinaria, explosiones, llantos, aullidos, cantos infantiles, risas e incontables sensaciones auditivas que llegan a ellos como cosa cotidiana. Al viajar en automóvil o autobús reciben imágenes de la publicidad con la que hemos atiborrado nuestras ciudades, con iluminación o sin ella. Igual que a través de la televisión y, recientemente, la computadora, la publicidad ha bombardeado también su cerebro con seres y objetos que jamás verán en la realidad, pero que gracias a sus estímulos, intencionadamente o no, forman parte de su repertorio de experiencias visuales. Así mismo sucede con las imágenes relacionadas con expresiones artísticas: pintura, escultura, arquitectura, teatro y cine, que ahora se encuentran en cualquier lugar. Nuestra vida está imbuida por el arte, que afortunadamente ha dejado de ser privilegio de pocos. Los videojuegos y el Internet han proporcionado también a los niños y jóvenes de nuestro tiempo un elemento de interacción virtual: han aprendido a generar cambios en los estímulos que reciben con el toque de una tecla o un mínimo movimiento de la mano. Su capacidad de respuesta ojo-mano ante estímulos de dos dimensiones suele ser muy alta. Y en general, el contacto diario con la tecnología ha moldeado su forma de entender el mundo: la visión de sistemas interconectados, el todo formado por elementos interdependientes entre sí, clasificaciones, jerarquías, lenguajes abstractos, uso de algoritmos, etc., no les son ajenos, ni difíciles de comprender y manejar. Por otra parte, el contacto humano no es para ellos tan intenso como lo fue para nuestras generaciones y las que nos antecedieron; ya no tenemos a la familia extendida como parte del retrato familiar, pero hemos llevado a nuestros niños a estancias infantiles, guarderías, centros de estimulación y escuelas maternales, desde edades muy tempranas. Si a esto le sumamos los cambios de escuela, cambios de domicilio o incluso de ciudad, los contactos con vendedores de todo tipo: supermercados, autoservicios, restaurantes y cualquier cantidad de tiendas, que ahora son parte de nuestra vida cotidiana -a diferencia de antes, cuando las familias tenían menos movilidad y cuando la había, ocurría en círculos más cerrados- el resultado es que tienen en su haber una enorme cantidad de interacciones (casi todas superficiales y de poca intensidad) con personas diferentes. Además, un alto porcentaje de estos niños y jóvenes se han enfrentado a sentimientos de soledad y abandono, por la alta frecuencia de divorcios, madres solteras y la creciente necesidad económica que obliga a todos los adultos de una familia a salir de casa para trabajar. Son personas que han aprendido a crecer en soledad a pesar de tener compañía (real o virtual); han aprendido a estar consigo mismos y cada uno lo ha sobrellevado a su modo, ya sea enfrentándolo o evadiéndolo, pero han sobrevivido a ello.
Estas cortas vidas hiperestimuladas forman el perfil de los alumnos de nuestras escuelas, tristemente anquilosadas en sus prácticas orales y escritas, de disciplina austera y mecánica, más llenas de prejuicios y etiquetas para los alumnos que de respuestas y soluciones a sus preguntas y problemas. A estos niños cuyos “canales” receptivos se encuentran abiertos y necesitados de estimulación variada y enriquecedora para continuar su desarrollo, pretendemos “enseñarlos” con monólogos de cincuenta minutos, en aulas cerradas y sin color, limitando sus movimientos e interacciones, regulando y controlando excesivamente lo que hacen, dicen y hasta lo que piensan. Y todavía nos extrañamos cuando pierden la motivación y el empeño en los estudios. Entonces los tildamos de “flojos”, “ineptos” y “groseros”, por decir lo menos, pues también los mandamos al psiquiatra con diagnósticos precoces de TDH o bipolaridad cuando no podemos ejercer control sobre ellos.
Lo que digo aquí suena tremendo, y lo es, a pesar de que las autoridades educativas y la sociedad en general no alcancen o no quieran verlo así.
La vivencia de esta realidad, la aridez de la educación tradicional con sus enormes limitaciones y escasos triunfos, ha llevado a muchos docentes e investigadores a una búsqueda de alternativas pedagógicas y didácticas que al aplicarlas puedan llevar a los jóvenes a experimentar el éxito y el placer del aprendizaje.
El Dr. Howard Gardner con su Teoría de las Inteligencias Múltiples nos ha brindado a los educadores una explicación a los fracasos sufridos por la educación tradicional, a la vez que ha apuntado las posibles soluciones, desarrollando, junto con varios de sus colaboradores, herramientas y estrategias para llevar su teoría a la práctica del salón de clases. Esta propuesta aporta caminos para hacer que la experiencia escolar sea para los alumnos motivo de satisfacción y deseos de superación y deje de ser un mal recuerdo.
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